Fábulas morales - Félix María Samaniego - Tomo 2º
Tomo II
Neque enim notare singulos mens est mihi;
verum ipsam vitam, et mores hominum ostendere.
PREDR. Fab. Prol. lib. III.
ADVERTENCIA
A excepción de un corto número de argumentos sacados de ESOPO, FEDRO y LAFONTAINE, todos los asuntos contenidos en los Apólogos de los Libros I, II y III, pertenecen al Fabulista Inglés GAY. El Libro IV es original. [1]
Libro primero
Prólogo
Fábula primera
El pastor y el filósofo.
De los confusos pueblos apartado,
un anciano pastor vivió en su choza,
en el feliz estado en que se goza
existir ni envidioso, ni envidiado.
No turbó con cuidados la riqueza 5
a su tranquila vida,
ni la extremada mísera pobreza
fue del dichoso anciano conocida. [2]
Empleado en su labor gustosamente
envejeció; sus canas, su experiencia 10
y su virtud le hicieron, finalmente,
respetable varón, hombre de ciencia.
Voló su grande fama por el mundo;
y llevado de nueva tan extraña,
acercose un filósofo profundo 15
a la humilde cabaña,
y preguntó al pastor: «Dime, ¿en qué escuela
te hiciste sabio? ¿Acaso te ocupaste
largas noches leyendo a la candela?
¿A Grecia y Roma sabias observaste? 20
¿Sócrates refinó tu entendimiento?
¿La ciencia de Platón has tú medido,
o pesaste de Tulio el gran talento,
o tal vez, como Ulises, has corrido
por ignorados pueblos y confusos 25
observando costumbres, leyes y usos?- [3]
»Ni las letras seguí, ni como Ulises
(humildemente respondió el anciano),
discurrí por incógnitos países.
Sé que el género humano 30
en la escuela del mundo lisonjero
se instruye en el doblez y en la patraña.
Con la ciencia que engaña
¿quién podrá hacerse sabio verdadero?
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado 35
Naturaleza en fáciles lecciones:
Un odio firme al vicio me ha inspirado;
ejemplos de virtud da a mis acciones.
Aprendí de la abeja lo industrioso,
y de la hormiga, que en guardar se afana, 40
a pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el hermoso
y fiel sin semejante,
de gratitud y lealtad constante [4]
es el mejor modelo, 45
y si acierto a copiarle me consuelo.
Si mi nupcial amor lecciones toma,
las encuentra en la cándida paloma.
La gallina a sus pollos abrigando
con sus piadosas alas como madre, 50
y las sencillas aves aun volando,
me prestan reglas para ser buen padre.
Sabia naturaleza mi maestra,
lo malo y lo ridículo me muestra
para hacérmelo odioso. 55
Jamás hablo a las gentes
con aire grave, tono jactancioso,
pues saben los prudentes,
que, lejos de ser sabio el que así hable,
será un búho solemne, despreciable. 60
Un hablar moderado,
un silencio oportuno [5]
en mis conversaciones he guardado.
El hablador molesto e importuno
es digno de desprecio. 65
Quien escuche a la urraca será un necio.
A los que usan la fuerza y el engaño
para el ajeno daño,
y usurpan a los otros su derecho,
los debe aborrecer un noble pecho. 70
Únanse con los lobos en la caza,
con milanos y halcones,
con la maldita serpentina raza,
caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados 75
ni aún merecen tener estos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso
como el usurpador y el envidioso.
Por último, en el libro interminable
de la naturaleza yo medito; [6] 80
en todo lo creado es admirable:
Del ente más sencillo y pequeñito,
una contemplación profunda alcanza
los más preciosos frutos de enseñanza.-
»Tu virtud acredita, buen anciano 85
(el filósofo exclama),
tu ciencia verdadera y justa fama.
Vierte el género humano
en sus libros y escuelas sus errores;
en preceptos mejores 90
nos da naturaleza su doctrina.»
Así quien sus verdades examina
con la meditación y la experiencia,
llegará a conocer virtud y ciencia. [7]
Fábula II
El hombre y la fantasma.
Un joven licencioso
se hallaba en un estado vergonzoso,
con sus males secretos retirado:
En soledad, doliente, exasperado,
cavila, llora, canta, jura, reza, 5
como quien ha perdido la cabeza.
«¿Te falta la salud? Pues caballero,
de todo tu dinero,
nobleza, juventud y poderío
sábete que me río: 10
Trata de recobrarla, pues perdida,
¿de qué sirven los bienes de la vida?»
Todo esto una fantasma le previno,
y al instante se fue como se vino. [8]
El enfermo se cuida, se repone; 15
un nuevo plan de vida se propone.
En efecto, se casa.
Cércanle los cuidados de la casa,
que se van aumentando de hora en hora.
La mujer (Dios nos libre), gastadora 20
aún mucho más que rica,
los hijos y las deudas multiplica;
de modo que el marido,
más que nunca aburrido,
se puso sobre un pie de economía, 25
que estrechándola más de día en día,
al fin se enriqueció con opulencia.
La fantasma le dice: «En mi conciencia,
que te veo amarillo como el oro;
tienes tu corazón en el tesoro; 30
miras sobre tu pecho acongojado
el puñal del ladrón enarbolado; [9]
las noches pasas en mortal desvelo;
¿y así quieres vivir?... ¡qué desconsuelo!»
El hombre, como caso milagroso, 35
se transformó de avaro en ambicioso.
Llegó dentro de poco a la privanza:
¡El señor don Dinero qué no alcanza!
La fantasma le muestra claramente
un falso confidente: 40
Cien traidores amigos,
que quieren ser autores y testigos
de su pronta caída.
Resuélvese a dejar aquella vida,
y ya desengañado, 45
en los campos se mira retirado.
Buscaba los placeres inocentes
en las flores y frutas diferentes.
¿Quieren ustedes creer, esto me pasma,
que aun allí le persigue la fantasma? 50 [10]
Los insectos, los hielos y los vientos,
todos los elementos,
y las plagas de todas estaciones
han de ser en el campo tus ladrones.
Pues ¿adónde irá el pobre caballero?... 55
Digo que es un solemne majadero
todo aquel que pretende
vivir en este mundo sin su duende. [11]
Fábula III
El jabalí y el carnero.
De la rama de un árbol un carnero
degollado pendía;
en él a sangre fría
cortaba el remangado carnicero.
El rebaño inocente, 5
que el trágico espectáculo miraba,
de miedo, ni pacía ni balaba.
Un jabalí gritó: «Cobarde gente,
»que miráis la carnívora matanza,
¿cómo no os vengáis del enemigo?- 10
Tendrá, dijo un carnero, su castigo;
mas no de nuestra parte la venganza.
»La piel que arranca con sus propias manos,
sirve para los pleitos y la guerra, [12]
las dos mayores plagas de la tierra, 15
que afligen a los míseros humanos.
»Apenas nos desuellan, se destina
para hacer pergaminos y tambores:
»Mira como los hombres malhechores
labran en su maldad su propia ruina.» 20 [13]
Fábula IV
El raposo, la mujer y el gallo.
Con las orejas gachas
y la cola entre piernas,
se llevaba un raposo
un gallo de la aldea.
Muchas gracias al alba, 5
que pudo ver la fiesta,
al salir de su casa,
Juana la madruguera.
Como una loca grita:
«Vecinos, que le lleva; 10
que es el mío, vecinos.»
Oye el gallo las quejas,
y le dice al raposo:
«Dile que no nos mienta, [14]
que soy tuyo y muy tuyo.» 15
Volviendo la cabeza,
le responde el raposo:
«Oyes, gran embustera,
no es tuyo, sino mío;
él mismo lo confiesa.» 20
Mientras esto decía,
el gallo libre vuela,
y en la copa de un árbol
canta que se las pela.
El raposo burlado 25
huyó; ¡quién lo creyera!
Yo, pues a más de cuatro,
muy zorros en sus tretas,
por hablar a destiempo,
los vi perder la presa. [15] 30
Fábula V
El filósofo y el rústico.
La del alba sería
la hora en que un filósofo salía
a meditar al campo solitario,
en lo hermoso y lo vario,
que a la luz de la aurora nos enseña 5
Naturaleza, entonces más risueña.
Distraído sin senda caminaba,
cuando llegó a un cortijo, donde estaba
con un martillo el rústico en la mano,
en la otra un milano, 10
y sobre una portátil escalera.
«¿Qué haces de esa manera?»,
el filósofo dijo:
«Castigar a un ladrón de mi cortijo, [16]
que en mi corral ha hecho más destrozos 15
que todos los ladrones en Torozos.
Le clavo en la pared... ya estoy contento...
Sirve a toda tu raza de escarmiento.-
»El matador es digno de la muerte,
el sabio dijo, mas si de esa suerte 20
el milano merece ser tratado,
¿de qué modo será bien castigado
el hombre sanguinario, cuyos dientes
devoran a infinitos inocentes,
y cuenta como mísera su vida, 25
si no hace de cadáveres comida?
Y aún tú, que así castigas los delitos,
cenarías anoche tus pollitos.-
Al mundo le encontramos de este modo,
dijo airado el patán. Y sobre todo, 30
si lo mismo son hombres que milanos,
guárdese no le pille entre mis manos.» [17]
El sabio se dejó de reflexiones.
Al tirano le ofenden las razones,
que demuestran su orgullo y tiranía; 35
mientras por su sentencia cada día
muere, viviendo él mismo impunemente,
por menores delitos otra gente. [18]
Fábula VI
La pava y la hormiga.
Al salir con las yuntas
los criados de Pedro,
el corral se dejaron
de par en par abierto.
Todos los pavipollos 5
con su madre se fueron,
aquí y allí picando,
hasta el cercano otero.
Muy contenta la pava
decía a sus polluelos: 10
«Mirad, hijos, el rastro
de un copioso hormiguero.
Ea, comed hormigas,
y no tengáis recelo, [19]
que yo también las como: 15
Es un sabroso cebo.
Picad, queridos míos:
¡Oh, qué días los nuestros,
si no hubiese en el mundo
malditos cocineros! 20
Los hombres nos devoran,
y todos nuestros cuerpos
humean en las mesas
de nobles y plebeyos.
A cualquier fiestecilla 25
ha de haber pavos muertos.
¡Qué pocas navidades
contaron mis abuelos!
¡Oh, glotones humanos,
crueles carniceros!» 30
Mientras tanto una hormiga
se puso en salvamento [20]
sobre un árbol vecino
y gritó con denuedo:
«¡Hola!, con que los hombres 35
son crueles, perversos:
¿Y qué seréis los pavos?
¡Ay de mí!, ya lo veo:
a mis tristes parientes,
¡qué digo!, a todo el pueblo 40
sólo por desayuno
os le vais engullendo.
No respondió la pava
por no saber un cuento,
que era entonces del caso, 45
y ahora viene a pelo.
Un gusano roía
un grano de centeno:
viéronlo las hormigas:
¡Qué gritos!, ¡qué aspavientos! 50 [21]
«Aquí fue Troya, dicen:
Muere, pícaro perro»;
y ellas ¿qué hacían? Nada:
Robar todo el granero.
Hombres, pavos, hormigas, 55
según estos ejemplos,
cada cual en su libro
esta moral tenemos.
La falta leve en otro
es un pecado horrendo; 60
pero el delito propio
no más que pasatiempo. [22]
Fábula VII
El enfermo y la visión.
«¿Conque, de tus recetas exquisitas,
un enfermo exclamó, ninguna alcanza?...»
El médico se fue sin esperanza,
contando por los dedos sus visitas.
Así desengañado, 5
y creciendo por horas su dolencia,
de este modo examina su conciencia:
«En todos mis contratos he logrado,
»no lo niego, ganancia muy segura;
trabajé en calcular mis intereses: 10
Aumenté mi caudal en pocos meses,
más por felicidad que por usura.
»Sin rencor ni malicia
hice que a mi deudor pusiesen preso: [23]
Murió pobre en la cárcel, lo confieso; 15
mas, en fin, es un hecho de justicia.
»Si por cierto instrumento
reduje una familia muy honrada
a pobreza extremada,
algún día leerán mi testamento. 20
»Entonces, muerto yo, se hará patente
en la tierra lo mismo que en el cielo,
para alivio de pobres y consuelo
mi caridad ardiente.»
Una visión se acerca y dice: «Hermano, 25
la esperanza condeno
del que aguarda a morir para ser bueno.
Una acción de piedad está en tu mano:
Tus prójimos, según sus oraciones,
están necesitados: 30
Para ser remediados
han menester siquiera cien doblones.- [24]
»¡Cien doblones! No es nada.
¿Y si, porque Dios quiera, no me muero,
y después me hace falta ese dinero, 35
sería caridad bien ordenada?-
»Avaro, ¿te resistes? Pues al cabo
te anuncio que tu muerte está cercana.-
¿Me muero? Pues que esperen a mañana.»
La visión se volvió sin un ochavo. [25] 40
Fábula VIII
El camello y la pulga.
Al que ostenta valimiento
cuando su poder es tal,
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento.
En una larga jornada 5
un camello muy cargado
exclamó ya fatigado:
«¡Oh, qué carga tan pesada!»
Doña Pulga, que montada
iba sobre él, al instante 10
se apea, y dice arrogante:
«Del peso te libro yo.» [26]
El camello respondió:
«Gracias, señor Elefante.» [27]
Fábula IX
El cerdo, el carnero y la cabra.
Poco antes de morir el corderillo
lame alegre la mano y el cuchillo
que han de ser de su muerte el instrumento,
y es feliz hasta el último momento.
Así, cuando es el mal inevitable, 5
es quien menos prevé más envidiable.
Bien oportunamente mi memoria
me presenta al lechón de cierta historia.
Al mercado llevaba un carretero
un marrano, una cabra y un carnero. 10
Con perdón, el cochino
clamaba sin cesar en el camino:
«¡Esta sí que es miseria!,
perdido soy, me llevan a la feria.» [28]
Así gritaba: mas ¡con qué gruñidos! 15
No dio en su esclavitud tales gemidos
Hécuba la infelice.
El carretero al gruñidor le dice:
«¿No miras al carnero y a la cabra,
que vienen sin hablar una palabra?- 20
¡Ay, señor, le responde, ya lo veo!
Son tontos y no piensan. Yo preveo
nuestra muerte cercana.
A los dos por la leche y por la lana
quizá no matarán tan prontamente; 25
pero a mí, que soy bueno solamente
para pasto del hombre... no lo dudo:
Mañana comerán de mi menudo.
Adiós, pocilga; adiós, gamella mía.»
Sutilmente su muerte preveía; 30
mas ¿qué lograba el pensador marrano?
Nada, sino sentirla de antemano. [29]
El dolor ni los ayes es seguro
que no remediarán el mal futuro. [30]
Fábula X
El león, el tigre y el caminante.
Entre sus fieras garras oprimía
un tigre a un caminante.
A los tristes quejidos al instante
un león acudió: Con bizarría
lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre 5
a su regia caverna. «Toma aliento,
le decía el león; nada te asombre;
soy tu libertador, estame atento.
¿Habrá bestia sañuda y enemiga,
que se atreva a mi fuerza incomparable? 10
Tú puedes responder, o que lo diga
esa pintada fiera despreciable.
Yo, yo solo, monarca poderoso,
domino en todo el bosque dilatado. [31]
¡Cuántas veces la onza y aún el oso 15
con su sangre el tributo me han pagado!
Los despojos de pieles y cabezas,
los huesos que blanquean este piso
dan el más claro aviso
de mi valor sin par y mis proezas.- 20
Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:
Los triunfos miro de tu fuerza airada,
contemplo a tu nación amedrentada;
al librarme venciste a mi enemigo.
En todo esto, señor, con tu licencia, 25
sólo es digna del trono tu clemencia.
Sé benéfico, amable,
en lugar de despótico tirano;
porque, señor, es llano
que el monarca será más venturoso, 30
cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.-
»Con razón has hablado; [32]
y ya me causa pena
el haber yo buscado
mi propia gloria en la desdicha ajena. 35
En mis jóvenes años
el orgullo produjo mil errores,
que me los ha encubierto con engaños
una corte servil de aduladores.
»Ellos me aseguraban de concierto, 40
que por el mundo todo
no reinan los humanos de otro modo,
tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?» [33]
Fábula XI
La muerte.
Pensaba en elegir la Reina Muerte
un Ministro de Estado:
le quería de suerte
que hiciese floreciente su reinado.
El tabardillo, gota, pulmonía 5
y todas las demás enfermedades,
yo conozco, decía,
que tienen excelentes calidades.
Mas ¿qué importa? La peste, por ejemplo,
un Ministro sería sin segundo; 10
pero ya por inútil la contemplo,
habiendo tanto médico en el mundo.
Uno de éstos elijo... Mas no quiero,
que están muy bien premiados sus servicios [34]
sin otra recompensa que el dinero. 15
Pretendieron la plaza algunos vicios,
alegando en su abono mil razones.
Consideró la Reina su importancia,
y después de maduras reflexiones,
el empleo ocupó la Intemperancia. 20 [35]
Fábula XII
El amor y la locura.
Habiendo la Locura
con el Amor reñido,
dejó ciego de un golpe
al miserable niño.
Venganza pide al cielo 5
Venus, mas ¡con qué gritos!
Era madre y esposa:
con esto queda dicho.
Queréllase a los dioses,
presentando a su hijo: 10
¿De qué sirven las flechas,
de qué el arco a Cupido,
faltándole la vista
para asestar sus tiros? [36]
Quítensele las alas 15
y aquel ardiente cirio,
si a su luz ser no pueden
sus vuelos dirigidos.
Atendiendo a que el ciego
siguiese su ejercicio, 20
y a que la delincuente
tuviese su castigo,
Júpiter, presidente
de la asamblea, dijo:
«Ordeno a la Locura, 25
desde este instante mismo,
que eternamente sea
de Amor el lazarillo.» [37]
Libro segundo
Fábula primera
El raposo enfermo.
El tiempo, que consume de hora en hora
los fuertes murallones elevados,
y lo mismo devora
montes agigantados,
a un raposo quitó de día en día 5
dientes, fuerza, valor, salud; de suerte
que él mismo conocía
que se hallaba en las garras de la muerte.
Cercado de parientes y de amigos,
dijo en trémula voz y lastimera: 10
«¡Oh vosotros, testigos
de mi hora postrera, [38]
»atentos escuchad un desengaño!
Mis ya pasadas culpas me atormentan;
ahora, conjuradas en mi daño, 15
¿no veis cómo a mi lado se presentan?
»Mirad, mirad los gansos inocentes
con su sangre teñidos,
y los pavos en partes diferentes
al furor de mis garras divididos. 20
»Apartad esas aves que aquí veo,
y me piden sus pollos devorados:
Su infernal cacareo
me tiene los oídos penetrados.»
Los raposos le afirman con tristeza, 25
no sin lamerse labios y narices:
«Tienes debilitada la cabeza;
ni una pluma se ve de cuanto dices.
»Y bien lo puedes creer, que si se viese...-
¡Oh, glotones!, callad; ya os entiendo, 30 [39]
el enfermo exclamó; ¡si yo pudiese
corregir las costumbres cual pretendo!
»¿No sentís que los gustos,
si son contra la paz de la conciencia,
se cambian en disgustos? 35
Tengo de esta verdad gran experiencia.
»Expuestos a las trampas y a los perros,
matáis y perseguís a todo trapo,
en la aldea gallinas, y en los cerros
los inocentes lomos del gazapo. 40
»Moderad, hijos míos, las pasiones;
observad vida quieta y arreglada,
y con buenas acciones
ganaréis opinión muy estimada.-
»Aunque nos convirtamos en corderos, 45
le respondió un oyente sentencioso,
otros han de robar los gallineros
a costa de la fama del raposo. [40]
»Jamás se cobra la opinión perdida:
Esto es lo uno. A más, ¿usted pretende 50
que mudemos de vida?
Quien malas mañas ha... ya usted me entiende.-
»Sin embargo, hermanito, crea, crea...
El enfermo le dijo. Mas ¡qué siento!...
¿No oís que una gallina cacarea? 55
Esto sí que no es cuento.»
Adiós, sermón: escápase la gente.
El enfermo orador esfuerza el grito:
¿Os vais, hermanos? Pues tened presente
que no me haría daño algún pollito. 60 [41]
Fábula II
Las exequias de la leona.
En su regia caverna inconsolable
el Rey león yacía,
porque en el mismo día
murió ¡cruel dolor!, su esposa amable.
A Palacio la corte toda llega, 5
y en fúnebre aparato se congrega.
En la cóncava gruta resonaba
del triste Rey el doloroso llanto;
allí los cortesanos entretanto
también gemían porque el Rey lloraba. 10
Que si el viudo monarca se riera,
la corte lisonjera
trocara en risa el lamentable paso.
Perdone la difunta: voy al caso. [42]
Entre tanto sollozo 15
el ciervo no lloraba, yo lo creo;
porque, lleno de gozo,
miraba ya cumplido su deseo.
La tal Reina le había devorado
un hijo y la mujer al desdichado. 20
El ciervo, en fin, no llora;
el concurso lo advierte:
El monarca lo sabe, y en la hora
ordena con furor darle la muerte.
«¿Cómo podré llorar, el ciervo dijo, 25
si apenas puedo hablar de regocijo?
Ya disfruta, gran Rey, más venturosa,
los Elíseos Campos vuestra esposa:
Me lo ha revelado, a la venida
muy cerca de la gruta aparecida. 30
Me mandó lo callase algún momento,
porque gusta mostréis el sentimiento.» [43]
Dijo así; y el concurso cortesano
aclamó por milagro la patraña.
El ciervo consiguió que el soberano 35
cambiase en amistad su fiera saña.
Los que en la indignación han incurrido
de los grandes señores,
a veces su favor han conseguido
con ser aduladores. 40
Mas no por esto advierto
que el medio sea justo; pues es cierto,
que a más príncipes vicia
la adulación servil que la malicia. [44]
Fábula III
El poeta y la rosa.
Una fresca mañana,
en el florido campo
un poeta buscaba
las delicias de mayo.
Al peso de las flores 5
se inclinaban los ramos,
como para ofrecerse
al huésped solitario.
Una rosa lozana,
movida al aire blando, 10
le llama, y él se acerca,
la toma, y dice ufano:
«Quiero, rosa, que vayas
no más que por un rato [45]
a que la hermosa Clori 15
te reciba en su mano.
Mas no, no, pobrecita;
que si vas a su lado,
tendrás de su hermosura
unos celos amargos. 20
Tu suave fragancia,
tu color delicado,
el verdor de tus hojas,
y tus pimpollos caros,
entre estas florecillas 25
pueden ser alabados;
mas junto a Clori bella,
es locura pensarlo.
Marchita, cabizbaja
te irías deshojando, 30
hasta parar tu vida
en un desnudo cabo.» [46]
La rosa, que hasta entonces
no desplegó sus labios,
le dijo resentida: 35
«Poeta chabacano,
cuando a un héroe quieras
coronar con el lauro,
del jardín de sus hechos,
has de cortar los ramos. 40
»Por labrar su corona,
no es justo que tus manos
desnuden otras sienes
que la virtud y el mérito adornaron.» [47]
Fábula IV
El búho y el hombre.
Vivía en un granero retirado
un reverendo búho, dedicado
a sus meditaciones,
sin olvidar la caza de ratones.
Se dejaba ver poco, mas con arte: 5
al Gran Turco imitaba en esta parte.
El dueño del granero
por azar advirtió que en un madero
el pájaro nocturno
con gravedad estaba taciturno. 10
El hombre le miraba, se reía;
«¡qué carita de pascua!, le decía;
¿puede haber más ridículo visaje?
Vaya, que eres un raro personaje. [48]
¿Por qué no has de vivir alegremente 15
con la pájara gente,
seguir desde la aurora
a la turba canora
de jilgueros, calandrias, ruiseñores,
por valles, fuentes, árboles y flores?- 20
Piensas a lo vulgar, eres un necio,
dijo el solemne búho con desprecio;
mira, mira, ignorante,
a la sabiduría en mi semblante:
Mi aspecto, mi silencio, mi retiro, 25
aun yo mismo lo admiro.
Si rara vez me digno, como sabes,
de visitar la luz, todas las aves
me siguen y rodean: desde luego
mi mérito conocen, no lo niego.- 30
¡Ah, tonto presumido!,
el hombre dijo así; ten entendido [49]
que las aves, muy lejos de admirarte,
te siguen y rodean por burlarte.
De ignorante orgulloso te motejan, 35
como yo a aquellos hombres que se alejan
del trato de las gentes,
y con extravagancias diferentes
han llegado a doctores en la ciencia
de ser sabios no más que en la apariencia.» 40
De esta suerte de locos
hay hombres como búhos, y no pocos. [50]
Fábula V
La mona.
Subió una mona a un nogal,
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde;
con que la supo muy mal.
Arrojola el animal, 5
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona,
porque halla, como la mona,
al principio qué vencer. 10 [51]
Fábula VI
Esopo y un ateniense.
Cercado de muchachos
y jugando a las nueces,
estaba el viejo Esopo
más que todos alegre.
«¡Ah, pobre!, ya chochea», 5
le dijo un ateniense.
En respuesta, el anciano
coge un arco que tiene
la cuerda floja, y dice:
«Ea, si es que lo entiendes, 10
dime, ¿qué significa
el arco de esta suerte?»
Lo examina el de Atenas,
piensa, cavila, vuelve, [52]
y se fatiga en vano, 15
pues que no lo comprehende.
El frigio victorioso
le dijo: «Amigo, advierte
que romperás el arco
si está tirante siempre; 20
si flojo, ha de servirte
cuando tú lo quisieres.»
Si al ánimo estudioso
algún recreo dieren,
volverá a sus tareas 25
mucho más útilmente. [53]
Fábula VII
Demetrio y Menandro.
Si te falta el buen nombre,
Fabio, en vano presumes
que en el mundo te tengan por grande hombre,
sin más que por tus galas y perfumes.
Demetrio el Faleriano se apodera 5
de Atenas; y aunque fue con tiranía,
de agradable manera
los del vulgo le aclaman a porfía.
Los grandes y los nobles distinguidos
con fingido placer la mano besan 10
que los tiene oprimidos;
aun a los que en el ocio se embelesan
y a la poltrona gente [54]
los arrastra el temor al cumplimiento.
Con ellos va Menandro juntamente, 15
dramático escritor de gran talento,
cuyas obras leyó, sin conocerle,
Demetrio. Con perfumes olorosos
y pasos afectados entra. Al verle
llegar entre los tardos perezosos, 20
el nuevo Archonte prorrumpió, enojado:
«¿Con qué valor se pone en mi presencia
ese hombre afeminado?-
Señor, le respondió la concurrencia,
es Menandro el autor.» Al punto muda 25
de semblante el tirano:
Al escritor saluda,
y con grata expresión le da la mano. [55]
Fábula VIII
Las hormigas.
Lo que hoy las hormigas son,
eran los hombres antaño:
De lo propio y de lo extraño
hacían su provisión.
Júpiter, que tal pasión 5
notó de siglos atrás,
no pudiendo aguantar más,
en hormigas los transforma:
Ellos mudaron de forma;
¿y de costumbres? Jamás. 10 [56]
Fábula IX
Los gatos escrupulosos.
A las once, y aun más de la mañana
la cocinera Juana,
con pretexto de hablar a la vecina,
se sale, cierra, y deja en la cocina
a Micifuf y Zapirón hambrientos. 5
Al punto, pues no gastan cumplimientos
gatos enhambrecidos,
se avanzan a probar de los cocidos.
«¡Fú, dijo Zapirón, maldita olla!
¡Cómo abrasa! Veamos esa polla 10
que está en el asador lejos del fuego.»
Ya también escaldado, desde luego
se arrima Micifuf, y en un instante
muestra cada trinchante [57]
que en el arte cisoria, sin gran pena, 15
pudiera dar lecciones a Villena.
Concluido el asunto,
el señor Micifuf tocó este punto.
Utrum si se podía o no en conciencia
comer el asador. ¡Oh, qué demencia! 20
Exclamó Zapirón en altos gritos,
¡cometer el mayor de los delitos!
¿No sabes que el herrero
ha llevado por él mucho dinero,
y que, si bien la cosa se examina, 25
entre la batería de cocina
no hay un mueble más serio y respetable?
Tu pasión te ha engañado, miserable.»
Micifuf en efecto
abandonó el proyecto; 30
pues eran los dos gatos
de suerte timoratos, [58]
que si el diablo, tentando sus pasiones,
les pusiese asadores a millones
(no hablo yo de las pollas), o me engaño, 35
o no comieran uno en todo el año.
De otro modo.
¡Qué dolor!, por un descuido
Micifuf y Zapirón
se comieron un capón,
en un asador metido.
Después de haberse lamido
trataron en conferencia,
si obrarían con prudencia
en comerse el asador.
¿Le comieron? No señor.
Era caso de conciencia. [59]
Fábula X
El águila y la asamblea de los animales.
Todos los animales cada instante
se quejaban a Júpiter tonante
de la misma manera
que si fuese un alcalde de montera.
El dios, y con razón, amostazado 5
viéndose importunado,
por dar fin de una vez a las querellas,
en lugar de sus rayos y centellas,
de recetor envía desde el cielo
al águila rapante, que de un vuelo 10
en la tierra juntó los animales,
y expusieron en suma cosas tales.
Pidió el león la astucia del raposo; [60]
éste de aquel lo fuerte y valeroso;
envidia la paloma al gallo fiero; 15
el gallo a la paloma lo ligero.
Quiere el sabueso patas más felices,
y cuenta como nada sus narices.
El galgo lo contrario solicita;
y en fin, cosa inaudita, 20
los peces, de las ondas ya cansados,
quieren poblar los bosques y los prados;
y las bestias, dejando sus lugares,
surcar las olas de los anchos mares.
Después de oírlo todo, 25
el águila concluye de este modo:
«¿Ves, maldita caterva impertinente,
que entre tanto viviente
de uno y otro elemento,
pues nadie está contento, 30
no se encuentra feliz ningún destino? [61]
Pues ¿para qué envidiar el del vecino?»
Con sólo este discurso,
aun el bruto mayor de aquel concurso
se dio por convencido. 35
De modo que es sabido
que ya sólo se matan los humanos
en envidiar la suerte a sus hermanos. [62]
Fábula XI
La paloma.
Un pozo pintado vio
una paloma sedienta:
Tirose a él tan violenta,
que contra la tabla dio.
Del golpe, al suelo cayó, 5
y allí muere de contado.
De su apetito guiado,
por no consultar al juicio,
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado. 10 [63]
Fábula XII
El chivo afeitado.
«Vaya una quisicosa.
Si aciertas, Juana hermosa,
cuál es el animal más presumido,
que rabia por hacerse distinguido
entre sus semejantes, 5
te he de regalar un par de guantes.
No es el pavón, ni el gallo,
ni el león, ni el caballo;
y así, no me fatigues con demandas.-
¿Será tal vez... el mono? -Cerca le andas.- 10
¿El mico? -Que te quemas;
pero no acertarás: no, no lo temas.
Déjalo, no te canses el caletre.
Yo te diré cuál es: el Petimetre.» [64]
Este vano orgulloso 15
pierde tiempo, doblones y reposo
en hacer distinguida su figura.
No para en los adornos su locura;
hace estudio de gestos y de acciones
a costa de violentas contorsiones; 20
de perfumes va siempre prevenido;
no quiere oler a hombre ni en descuido.
Que mire, marche o hable,
en todo busca hacerse remarcable.
¿Y qué consigue? Lo que todo necio: 25
Cuanto más se distingue, más desprecio.
En la historia siguiente yo me fundo.
Un chivo, como muchos en el mundo,
vano extremadamente,
se miraba al espejo de una fuente. 30
«¡Qué lástima, decía,
que esté mi juventud y lozanía [65]
por siempre disfrazada
debajo de esta barba tan poblada!
¿Y cuándo? Cuando en todas las naciones 35
no tienen ni aun bigotes los varones;
pues ya cuentan que son los moscovitas,
si barbones ayer, hoy señoritas.
¡Qué cabrunos estilos tan groseros!
A bien que estoy en tierra de barberos.» 40
La historia fue en Tetuán, y todo el día
la barberil guitarra se sentía,
el chivo fue, guiado de su tono,
a la tienda de un mono,
barberillo afamado, 45
que afeitó al señorito de contado.
Sale barbilampiño a la campaña.
Al ver una figura tan extraña,
no hubo perro ni gato
que no le hiciese burla al mentecato. 50 [66]
Los chivos le desprecian de manera
que no hay más que decir. ¡Quién lo creyera!
Un respetable macho
dicen que se rió como un muchacho. [67]
Libro tercero
Fábula primera
El naufragio de Simónides.
A Elisa.
En tanto que tus vanas compañeras,
cercadas de galanes seductores,
escuchan placenteras
en la escuela de Venus los amores,
Elisa, retirada te contemplo 5
de la diosa Minerva al sacro templo.
Ni eres menos donosa,
ni menos agraciada
que Clori ponderada
de gentil y de hermosa: 10 [68]
Pues, Elisa divina, ¿por qué quieres
huir en tu retiro los placeres?
¡Oh sabia, qué bien haces
en estimar en poco la hermosura,
los placeres fugaces, 15
el bien que sólo dura
como rosa que el ábrego marchita!
Tu prudencia infinita
busca el sólido bien y permanente
en la virtud y ciencia solamente. 20
Cuando el tiempo implacable con presteza,
o los males tal vez inopinados,
se lleven la hermosura y gentileza,
con lágrimas estériles llorados
serán aquellos días que se fueron, 25
y a juegos vanos tus amigas dieron;
pero a tu bien estable
no hay tiempo ni accidente que consuma: [69]
Siempre serás feliz, siempre estimable.
Eres sabia, y en suma 30
este bien de la ciencia no perece.
Oye cómo esta fábula lo explica,
que mi respeto a tu virtud dedica.
Simónides en Asia se enriquece,
cantando a justo precio los loores 35
de algunos generosos vencedores.
Este sabio poeta, con deseo
de volver a su amada patria Ceo,
se embarca, y en la mar embravecida
fue la mísera nave sumergida. 40
De la gente a las ondas arrojada,
sale quien diestro nada,
y el que nadar no sabe
fluctúa en las reliquias de la nave.
Pocos llegan a tierra, afortunados, 45
con las náufragas tablas abrazados. [70]
Todos cuantos el oro recogieron,
con el peso abrumados perecieron.
A Clecémone van. Allí vivía
un varón literato, que leía 50
las obras de Simónides, de suerte
que al conversar los náufragos, advierte
que Simónides habla, y en su estilo
le conoce; le presta todo asilo
de vestidos, criados y dineros; 55
pero a sus compañeros
les quedó solamente por sufragio
mendigar con la tabla del naufragio. [71]
Fábula II
El filósofo y la pulga.
Meditando a sus solas cierto día
un pensador filósofo decía:
«El jardín adornado de mil flores,
y diferentes árboles mayores,
con su fruta sabrosa enriquecidos, 5
tal vez entretejidos
con la frondosa vid que se derrama
por una y otra rama,
mostrando a todos lados
las peras y racimos desgajados, 10
es cosa destinada solamente
para que la disfruten libremente
la oruga, el caracol, la mariposa:
No se persuaden ellos otra cosa. [72]
»Los pájaros sin cuento, 15
burlándose del viento,
por los aires sin dueño van girando.
El milano cazando
saca la consecuencia:
Para mí los crió la Providencia. 20
El cangrejo, en la playa envanecido
mira los anchos mares, persuadido
a que las olas tienen por empleo
sólo satisfacerle su deseo,
pues cree que van y vienen tantas veces 25
por dejarle en la orilla ciertos peces.
No hay, prosigue el filósofo profundo,
animal sin orgullo en este mundo.
El hombre solamente
puede en esto alabarse justamente. 30
»Cuando yo me contemplo colocado
en la cima de un risco agigantado, [73]
imagino que sirve a mi persona
todo el cóncavo cielo de corona.
Veo a mis pies los mares espaciosos, 35
y los bosques umbrosos
poblados de animales diferentes,
las escamosas gentes,
los brutos y las fieras,
y las aves ligeras, 40
y cuanto tiene aliento
en la tierra, en el agua y en el viento,
y digo finalmente: Todo es mío.
¡Oh, grandeza del hombre y poderío!»
Una pulga que oyó con gran cachaza 45
al filósofo maza,
dijo: «Cuando me miro en tus narices,
como tú sobre el risco que nos dices,
y contemplo a mis pies aquel instante
nada menos que al hombre dominante, 50 [74]
que manda en cuanto encierra
el agua, viento y tierra,
y que el tal poderoso caballero
de alimento me sirve cuando quiero,
concluyó finalmente: Todo es mío. 55
¡Oh grandeza de pulga y poderío!»
Así dijo, y saltando se le ausenta.
De este modo se afrenta
aun al más poderoso,
cuando se muestra vano y orgulloso. 60 [75]
Fábula III
El cazador y los conejos.
Poco antes que esparciese
sus cabellos en hebras
el rubicundo Apolo
por la faz de la tierra,
de cazador armado, 5
al soto Fabio llega.
Por el nudoso tronco
de cierta encina vieja
sube para ocultarse
en las ramas espesas. 10
Los incautos conejos
alegres se le acercan.
Uno del verde prado
igualaba la hierba; [76]
otro, cual jardinero, 15
las florecillas riega;
el tomillo y romero
éste y aquel cercenan;
entretanto al más gordo
Fabio su tiro asesta; 20
dispara, y al estruendo
se meten en sus cuevas
tan repentinamente,
que a muchos pareciera,
que, salvo el muerto, a todos 25
se los tragó la tierra.
Después de tal espanto,
¿habrá alguno que crea
que de allí a poco rato
la tímida caterva, 30
olvidando el peligro,
al riesgo se presenta? [77]
Cosa extraña parece,
mas no se admiren de ella.
¿Acaso los humanos 35
hacen de otra manera? [78]
Fábula IV
El filósofo y el faisán.
Llevado de la dulce melodía
del canticio variado y delicioso
que en un bosque frondoso
las aves forman saludando al día,
entró cierta mañana 5
un sabio en los dominios de Diana.
Sus pasos esparcieron el espanto
en la agradable estancia;
interrúmpese el canto;
las aves vuelan a mayor distancia; 10
todos los animales, asustados,
huyen delante de él precipitados,
y el filósofo queda
con un triste silencio en la arboleda. [79]
Marcha con cauto paso ocultamente; 15
descubre sobre un árbol eminente
a un faisán, rodeado de su cría,
que con amor materno la decía:
«Hijos míos, pues ya que en mis lecciones
largamente os hablé de los milanos, 20
de los buitres y halcones,
hoy hemos de tratar de los humanos.
La oveja en leche y lana
da abrigo y alimento
para la raza humana, 25
y en agradecimiento
a tan gran bienhechora,
la mata el hombre mismo y la devora.
A la abeja, que labra sus panales
artificiosamente, 30
la roba, come, vende sus caudales,
y la mata en ejércitos su gente. [80]
¿Qué recompensa, en suma,
consigue al fin el ganso miserable
por el precioso bien incomparable, 35
de ayudar a las ciencias con su pluma?
Le da muerte temprana el hombre ingrato,
y hace de su cadáver un gran plato.
Y pues que los humanos son peores
que milanos y azores 40
y que toda perversa criatura,
huiréis con horror de su figura.»
Así charló, y el hombre se presenta.
«Ése es», grita la madre, y al instante
la familia volante 45
se desprende del árbol y se ausenta.
¡Oh, como habló el faisán! Mas, ¡qué dijera
el filósofo exclama, si supiera
que en sus propios hermanos
la ingratitud ejercen los humanos! 50 [81]
Fábula V
El zapatero médico.
Un inhábil y hambriento zapatero
en la corte por médico corría:
Con un contraveneno que fingía
ganó fama y dinero.
Estaba el Rey postrado en una cama, 5
de una grave dolencia;
para hacer experiencia
del talento del médico, le llama.
El antídoto pide, y en un vaso
finge el Rey que le mezcla con veneno: 10
Se lo manda beber; el tal Galeno
teme morir, confiesa todo el caso,
y dice que sin ciencia
logró hacerse doctor de grande precio [82]
por la credulidad del vulgo necio. 15
Convoca el Rey al pueblo: «¡Qué demencia
es la vuestra, exclamó, que habéis fiado
la salud francamente
de un hombre a quien la gente
ni aun quería fiarle su calzado!» 20
Esto para los crédulos se cuenta,
en quienes tiene el charlatán su renta. [83]
Fábula VI
El murciégalo y la comadreja.
Cayó, sin saber cómo,
un murciégalo a tierra;
al instante le atrapa
la lista comadreja.
Clamaba el desdichado, 5
viendo su muerte cerca.
Ella le dice: «Muere;
que por naturaleza
soy mortal enemiga
de todo cuanto vuela.» 10
El avechucho grita,
y mil veces protesta
que él es ratón, cual todos
los de su descendencia. [84]
Con esto ¡qué fortuna! 15
el preso se liberta.
Pasado cierto tiempo,
no sé de que manera,
segunda vez le pilla:
Él nuevamente ruega; 20
mas ella le responde
que Júpiter la ordena
tenga paz con las aves,
con los ratones guerra.
«¿Soy yo ratón acaso?, 25
yo creo que estás ciega,
¿quieres ver como vuelo?-
En efecto, le deja,
y a merced de su ingenio
libre el pájaro vuela. 30 [85]
Aquí aprendió de Esopo
la gente marinera,
murciégalos que fingen
pasaporte y bandera.
No importa que haya pocos 35
ingleses comadrejas;
tal vez puede de un riesgo
sacarnos una treta. [86]
Fábula VII
La mariposa y el caracol.
Aunque te haya elevado la fortuna
desde el polvo a los cuernos de la luna,
si hablas, Fabio, al humilde con desprecio
tanto como eres grande serás necio.
¡Qué!, ¿te irritas?, ¿te ofende mi lenguaje? 5
«No se habla de ese modo a un personaje.»
Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,
y escucha a un caracol. Vaya de chiste.
En un bello jardín, cierta mañana,
se puso muy ufana 10
sobre la blanca rosa
una recién nacida mariposa.
El sol resplandeciente [87]
desde su claro oriente
los rayos esparcía; 15
Ella, a su luz, las alas extendía,
sólo porque envidiasen sus colores
manchadas aves y pintadas flores.
Esta vana, preciada de belleza,
al volver la cabeza, 20
vio muy cerca de sí, sobre una rama,
a un pardo caracol. La bella dama,
irritada, exclamó: «¿Cómo, grosero,
a mi lado te acercas? Jardinero,
¿de qué sirve que tengas con cuidado 25
el jardín cultivado,
y guarde tu desvelo
la rica fruta del rigor del hielo,
y los tiernos botones de las plantas,
si ensucia y come todo cuanto plantas 30
este vil caracol de baja esfera? [88]
O mátale al instante, o vaya fuera.-
»Quien ahora te oyese,
si no te conociese,
respondió el caracol, en mi conciencia, 35
que pudiera temblar en tu presencia.
Mas dime, miserable criatura,
que acabas de salir de la basura,
¿puedes negar que aún no hace cuatro días,
que gustosa solías 40
como humilde reptil andar conmigo,
y yo te hacía honor en ser tu amigo?
¿No es también evidente
que eres por línea recta descendiente
de los Orugas, pobres hilanderos, 45
que mirándose en cueros,
de sus tripas hilaban y tejían
un fardo, en que el invierno se metían,
como tú te has metido, [89]
y aún no hace cuatro días que has salido? 50
Pues si éste fue tu origen y tu casa,
¿por qué tu ventolera se propasa
a despreciar a un caracol honrado?»
El que tiene de vidrio su tejado,
esto logra de bueno 55
con tirar las pedradas al ajeno. [90]
Fábula VIII
Los dos titiriteros.
Todo el pueblo, admirado,
estaba en una plaza amontonado,
y en medio se empinaba un titerero,
enseñando una bolsa sin dinero.
«Pase de mano en mano, les decía; 5
señores, no hay engaño, está vacía.»
Se la vuelven; la sopla, y al momento
derrama pesos duros, ¡qué portento!
Levántase un murmullo de repente,
cuando ven por encima de la gente 10
otro titiritero a competencia.
Queda en expectación la concurrencia
con silencio profundo.
Cesó el primero, y empezó el segundo. [91]
Presenta de licor unas botellas; 15
algunos se arrojaron hacia ellas,
y al punto las hallaron transformadas
en sangrientas espadas.
Muestra un par de bolsillos de doblones;
dos personas, sin duda dos ladrones, 20
les echaron la garra muy ufanos,
y se ven dos cordeles en sus manos.
A un relator cargado de procesos
una letra le enseña de mil pesos.
«Sople usted»; sopla el hombre apresurado, 25
y le cierra los labios un candado.
A un abate arrimado a su cortejo
le presenta un espejo,
y al mirar su retrato peregrino,
se vio con las orejas de pollino. 30
A un santero le manda
que se acerque; le pilla la demanda, [92]
y allá con sus hechizos
la convirtió en merienda de chorizos.
A un joven desenvuelto y rozagante: 35
le regala un diamante:
Éste le dio a su dama, y en el punto
pálido se quedó como un difunto,
ítem más sin narices y sin dientes.
Allí fue la rechifla de las gentes, 40
la burla y la chacota.
El primer titerero se alborota;
dice por el segundo con denuedo:
«Ese hombre tiene un diablo en cada dedo,
pues no encierran virtud tan peregrina 45
los polvos de la madre Celestina.
Que declare su nombre.»
El concurso lo pide, y el buen hombre
entonces, más modesto que un novicio,
dijo: «No soy el diablo, sino el vicio.» 50 [93]
Fábula IX
El raposo y el perro.
De un modo muy afable y amistoso
el mastín de un pastor con un raposo
se solía juntar algunos ratos,
como tal vez los perros y los gatos
con amistad se tratan. Cierto día 5
el zorro a su compadre le decía:
«Estoy muy irritado;
los hombres por el mundo han divulgado
que mi raza inocente (¡qué injusticia!)
les anda circumcirca en la malicia. 10
¡Ah, maldita canalla!
Si yo pudiera...» En esto el zorro calla,
y erizado se agacha. «Soy perdido,
dice, los cazadores he oído. [94]
¿Qué me sucede? -Nada. 15
No temas, le responde el camarada;
son las gentes que pasan al mercado.
Mira, mira, cuitado,
marchar haldas en cinta a mis vecinas,
coronadas con cestas de gallinas.» 20
No estoy, dijo el raposo, para fiestas:
Vete con tus gallinas y tus cestas,
y satiriza a otro. Porque sabes
que robaron anoche algunas aves,
¿he de ser yo el ladrón? -En mi conciencia, 25
que hablé, dijo el mastín, con inocencia.
¿Yo pensar que has robado gallinero,
cuando siempre te vi como un cordero?-
¡Cordero!, exclama el zorro; no hay aguante.
Que cordero me vuelva en el instante, 30
si he hurtado el que falta en tu majada.-
¡Hola!, concluye el perro, camarada, [95]
el ladrón es usted, según se explica.»
El estuche molar al punto aplica
al mísero raposo, 35
para que así escarmiente el cosquilloso,
que de las fabulillas se resiente.
Si no estás inocente,
dime, ¿por qué no bajas las orejas?
Y si acaso lo estás, ¿de qué te quejas? 40 [96]
Libro cuarto
Fábula primera
El gato y las aves.
Charlatanes se ven por todos lados,
en plazas y en estrados,
que ofrecen sus servicios, ¡cosa rara!
A todo el mundo por su linda cara.
Éste, químico y médico excelente, 5
cura a todo doliente;
Pero gratis: no se hable de dinero.
El otro, petimetre caballero,
canta, toca, dibuja, borda, danza,
y ofrece la enseñanza 10
gratis, por afición, a cierta gente.
Veremos en la fábula siguiente [97]
si puede haber en esto algún engaño.
La prudente cautela no hace daño.
Dejando los desvanes y rincones 15
desiertos de ratones.
El señor Mirrimiz, gato de maña,
se salió de la villa a la campaña.
En paraje sombrío,
a la orilla de un río, 20
de sauces coronado,
en unas matas se quedó agachado.
El gatazo callaba como un muerto,
escuchando el concierto
de dos mil avecillas, 25
que en las ramas cantaban maravillas;
pero callaba en vano,
mientras no se acercaban a su mano
los músicos volantes; pues quería [98]
Mirrimiz arreglar la sinfonía. 30
Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,
sacando la cabeza: Bravo, bravo.
La turba calla: Cada cual procura
alejarse o meterse en la espesura;
mas él les persuadió con buenos modos, 35
y al fin logró que le escuchasen todos.
«No soy gato montés o campesino;
soy honrado vecino
de la cercana villa:
Fui gato de un maestro de capilla; 40
la música aprendí, y aun, si me empeño,
veréis como os la enseño,
pero gratis y en menos de una hora.
¡Qué cosa tan sonora
será el oír un coro de cantores, 45
verbigracia calandrias ruiseñores!»
Con estas y otras cosas diferentes, [99]
algunas de las aves inocentes
con manso vuelo a Mirrimiz llegaron:
Todas en torno de él se colocaron. 50
Entonces con más gracia
y más diestro que el músico de Tracia,
echando su compás hacia el más gordo,
consigue gratis merendarse un tordo. [100]
Fábula II
La danza pastoril.
A la sombra que ofrece
un gran peñón tajado,
por cuyo pie corría
un arroyuelo manso,
se formaba en estío 5
un delicioso prado.
Los árboles silvestres
aquí y allí plantados,
el suelo siempre verde
de mil flores sembrado, 10
más agradable hacían
el lugar solitario.
Contento en él pasaba
la siesta, recostado [101]
debajo de una encina, 15
con el albogue, Bato.
Al son de sus tonadas,
los pastores cercanos,
sin olvidar algunos
la guarda del ganado, 20
descendían ligeros
desde la sierra al llano.
Las honestas zagalas,
según iban llegando,
bailaban lindamente, 25
asidas de las manos,
en torno de la encina
donde tocaba Bato.
De las espesas ramas
se veía colgando 30
una guirnalda bella
de rosas y amaranto. [102]
La fiesta presidía
un mayoral anciano;
y ya que el regocijo 35
bastó para descanso,
antes que se volviesen
alegres al rebaño,
el viejo presidente
con su corvo cayado 40
alcanzó la guirnalda
que pendía del árbol,
y coronó con ella
los cabellos dorados
de la gentil zagala 45
que con sencillo agrado
supo ganar a todas
en modestia y recato. [103]
Si la virtud premiaran
así los cortesanos, 50
yo sé que no huiría
desde la corte al campo. [104]
Fábula III
Los dos perros.
Procure ser en todo lo posible,
el que ha de reprehender, irreprehensible.
Sultán, perro goloso y atrevido,
en su casa robó, por un descuido,
una pierna excelente de carnero. 5
Pinto, gran tragador, su compañero
le encuentra con la presa encarnizado,
ojo al través, colmillo acicalado,
fruncidas las narices y gruñendo.
«¿Qué cosa estás haciendo, 10
desgraciado Sultán? Pinto le dice;
¿No sabes, infelice,
que un perro infiel, ingrato, [105]
no merece ser perro, sino gato?
¡Al amo, que nos fía 15
la custodia de casa noche y día,
nos halaga, nos cuida y alimenta,
le das tan buena cuenta,
que le robas, goloso,
la pierna del carnero más jugoso! 20
Como amigo te ruego
no la maltrates más: Déjala luego.-
Hablas, dijo Sultán, perfectamente.
Una duda me queda solamente
para seguir al punto tu consejo: 25
Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?» [106]
Fábula IV
La moda.
Después de haber corrido
cierto danzante mono
por cantones y plazas,
de ciudad en ciudad, el mundo todo,
logró, dice la historia, 5
aunque no cuenta el cómo,
volverse libremente
a los campos del África orgulloso.
Los monos al viajero
reciben con más gozo 10
que a Pedro el Czar los Rusos,
que los griegos a Ulises generoso.
De leyes, de costumbres
ni él habló ni algún otro [107]
le preguntó palabra; 15
pero de trajes y de modas todos.
En cierta jerigonza,
con extranjero tono
les hizo un gran detalle
de lo más remarcable a los curiosos. 20
«Empecemos, decían,
aunque sea por poco.»
Hiciéronse zapatos
con cáscaras de nueces, por lo pronto;
toda la raza mona 25
andaba con sus choclos,
y el no traerlos era
faltar a la decencia y al decoro.
Un leopardo hambriento
trepa para los monos: 30
Ellos huir intentan
a salvarse en los árboles del soto. [108]
Las chinelas lo estorban,
y de muy fácil modo
aquí y allí mataba, 35
haciendo a su placer dos mil destrozos.
En Tetuán, desde entonces
manda el senado docto
que cualquier uso o moda,
de países cercanos o remotos, 40
antes que llegue el caso
de adoptarse en el propio,
haya de examinarse,
en junta de políticos, a fondo.
Con tan justo decreto 45
y el suceso horroroso,
¿dejaron tales modas?
Primero dejarían de ser monos. [109]
Fábula V
El lobo y el mastín.
Trampas, redes y perros
los celosos pastores disponían
en lo oculto del bosque y de los cerros,
porque matar querían
a un lobo por el bárbaro delito 5
de no dejar a vida ni un cabrito.
Hallose cara a cara
un mastín con el lobo de repente,
y cada cual se para,
tal como en Zama estaban frente a frente, 10
antes de la batalla, muy serenos
Aníbal y Scipión, ni mas ni menos.
En esta suspensión, treguas propone
el lobo a su enemigo. [110]
El mastín no se opone, 15
antes le dice: «Amigo,
es cosa bien extraña, por mi vida,
meterse un señor lobo a cabricida.
Ese cuerpo brioso,
y de pujanza fuerte, 20
que mate al jabalí, que venza al oso.
Mas ¿qué dirán al verte
que lo valiente y fiero
empleas en la sangre de un cordero?»
El lobo le responde: «Camarada, 25
tienes mucha razón: En adelante
propongo no comer sino ensalada.»
Se despiden y toman el portante.
Informados del hecho
los pastores se apuran y patean; 30
agarran al mastín y le apalean.
Digo que fue bien hecho; [111]
pues en vez de ensalada, en aquel año
se fue comiendo el lobo su rebaño.
¿Con una reprehensión, con un consejo 35
se pretende quitar un vicio añejo? [112]
Fábula VI
La hermosa y el espejo.
Anarda la bella
tenía un amigo
con quien consultaba
todos sus caprichos:
Colores de moda, 5
más o menos vivos,
plumas, sombreretes,
lunares y rizos
jamás en su adorno
fueron admitidos, 10
si él no la decía:
Gracioso, bonito.
Cuando su hermosura,
llena de atractivo, [113]
en sus verdes años 15
tenía más brillo,
traidoras la roban
(ni acierto a decirlo)
las negras viruelas
sus gracias y hechizos. 20
Llegose al espejo:
Éste era su amigo;
y como se jacta
de fiel y sencillo,
lisa y llanamente 25
la verdad la dijo.
Anarda, furiosa,
casi sin sentido,
le vuelve la espalda,
dando mil quejidos. 30
Desde aquel instante
cuentan que no quiso [114]
volver a consultas
con el señor mío.
«Escúchame, Anarda: 35
Si buscas amigos
que te representen
tus gracias y hechizos,
mas que no te adviertan
defectos y aún vicios, 40
de aquellos que nadie
conoce en sí mismo,
dime, ¿de qué modo
podrás corregirlos?» [115]
Fábula VII
El viejo y el chalán.
«Fabio está, no lo niego, muy notado
de una cierta pasión, que le domina;
mas ¿qué importa, señor? Si se examina,
se verá que es un mozo muy honrado,
generoso, cortés, hábil, activo, 5
y que de todo entiende
cuanto pide el empleo que pretende.-
Y qué, ¿no se le dan?... ¿Por qué motivo?...»
Trataba un viejo de comprar un perro
para que le guardase los doblones; 10
le decía el chalán estas razones:
«Con un collar de hierro
que tenga el animal, échenle gente: [116]
Es hermoso y pujante,
leal, bravo, arrogante; 15
y aunque tiene la falta solamente
de ser algo goloso...-
¿Goloso?, dice el rico; no le quiero.-
No es para marmitón ni despensero,
continúa el chalán muy presuroso; 20
Sino para valiente centinela.-
Menos, concluye el viejo;
dejará que me quiten el pellejo
por lamer entretanto la cazuela.» [117]
Fábula VIII
La gata con cascabeles.
Salió cierta mañana
Zapaquilda al tejado
con un collar de grana,
de pelo y cascabeles adornado.
Al ver tal maravilla, 5
del alto corredor y la guardilla
van saltando los gatos de uno en uno.
Congrégase al instante
tal concurso gatuno
en torno de la dama rozagante, 10
que entre flexibles colas arboladas
apenas divisarla se podía.
Ella con mil monadas
el cascabel parlero sacudía; [118]
pero cesando al fin el sonsonete, 15
dijo que por juguete
quitó el collar al perro su señora,
y se lo puso a ella.
Cierto que Zapaquilda estaba bella.
A todos enamora, 20
tanto que en la gatesca compañía,
cuál dice su atrevido pensamiento,
cual se encrespa celoso;
riñen éste y aquél con ardimiento,
pues con ansia quería 25
cada gato soltero ser su esposo.
Entre los arañazos y maullidos
levántase Garraf, gato prudente,
y a los enfurecidos
les grita: «Novel gente, 30
¡gata con cascabeles por esposa!
¿Quién pretende tal cosa? [119]
¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta,
y que la dama hambrienta
necesita sin duda que el marido, 35
ausente y aburrido,
busque la provisión en los desvanes,
mientras ella, cercada de galanes,
porque el mundo la vea,
de tejado en tejado se pasea?» 40
Marchose Zapaquilda convencida,
y lo mismo quedó la concurrencia.
¡Cuántos chascos se llevan en la vida
los que no miran más que la apariencia! [120]
Fábula IX
El ruiseñor y el mochuelo.
Una noche de mayo,
dentro de un bosque espeso,
donde, según reinaba
la triste oscuridad con el silencio,
parece que tenía 5
su habitación Morfeo;
cuando todo viviente
disfrutaba del dulce y blando sueño,
pendiente de una rama
un ruiseñor parlero 10
empezó con sus ayes
a publicar sus dolorosos celos.
Después de mil querellas,
que llegaron al cielo, [121]
a cantar empezaba 15
la antigua historia del infiel Tereo
cuando, sin saber cómo,
un cazador mochuelo
al músico arrebata
entre las corvas uñas prisionero. 20
Jamás Pan con la flauta
igualó sus gorjeos,
ni resonó tan grata
la dulce lira del divino Orfeo;
no obstante, cuando daba 25
sus últimos lamentos,
los vecinos del bosque
aplaudían su muerte; yo lo creo.
Si con sus serenatas
el mismo Farinelo 30
viniese a despertarme
mientras que yo dormía en blando lecho, [122]
en lugar de los bravos,
diría: «Caballero,
¡que no viniese ahora 35
para tal ruiseñor algún mochuelo!»
Clori tiene mil gracias,
¿y qué logra con eso?
Hacerse fastidiosa
por no querer usarlas a su tiempo. 40 [123]
Fábula X
El amo y el perro.
«Callen todos los perros de este mundo
donde está mi Palomo:
Es fiel, decía el amo, sin segundo,
y me guarda la casa... Pero ¿cómo?
»Con la despensa abierta 5
le dejé cierto día:
En medio de la puerta,
de guardia se plantó con bizarría.
»Un formidable gato,
en vez de perseguir a los ratones, 10
se venía, guiado del olfato,
a visitar chorizos y jamones.
»Palomo le despide buenamente;
el gatazo se encrespa y acalora; [124]
riñen sangrientamente, 15
y mi Guarda-jamones le devora.»
Esto contaba el amo a sus amigos,
y después a su casa se los lleva
a que fuesen testigos
de tal fidelidad en otra prueba. 20
Tenía al buen Palomo prisionero
entre manidas pollas y perdices;
los sebosos riñones de un carnero
casi casi le untaban las narices.
Dentro de este retiro a penitencia 25
el triste fue metido
después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido,
abre con sus amigos el encierro:
sale rabo entre piernas, agachado; 30
al amo se acercaba el pobre perro,
lamiéndose el hocico ensangrentado. [125]
El dueño se alborota y enfurece
con tan fatales nuevas.
Yo le preguntaría: ¿Y qué merece 35
quien la virtud expone a tales pruebas? [126]
Fábula XI
Los dos cazadores.
Que en una marcial función,
o cuando el caso lo pida,
arriesgue un hombre su vida,
digo que es mucha razón.
Pero el que por diversión 5
exponer su vida quiera
a juguete de una fiera
o peligros no menores,
sepa de dos cazadores
una historia verdadera. 10
Pedro Ponce el valeroso
y Juan Carranza el prudente
vieron venir frente a frente [127]
al lobo más horroroso.
El prudente, temeroso, 15
a una encina se abalanza,
y cual otro Sancho Panza,
en las ramas se salvó.
Pedro Ponce allí murió.
Imitemos a Carranza. 20 [128]
Fábula XII
El gato y el cazador.
Cierto gato, en poblado descontento,
por mejorar sin duda de destino
(que no sería gato de convento),
pasó de ciudadano a campesino.
Metiose santamente 5
dentro de una covacha, mas no lejos
de un gran soto poblado de conejos.
Considere el lector piadosamente
si el novel ermitaño
probaría la hierba en todo el año. 10
Lo mejor de la caza devoraba,
haciendo mil excesos;
mas al fin, por el rastro que dejaba
de plumas y de huesos, [129]
un cazador lo advierte: Le persigue; 15
arma trampas y redes con tal maña,
que al instante consigue
atrapar la carnívora alimaña.
Llégase el cazador al prisionero;
quiere darle la muerte; 20
el animal le dice: «Caballero,
duélase de la suerte
de un triste pobrecito,
metido en la prisión, y sin delito.-
¿Sin delito, me dices, 25
cuando sé que tus uñas y tus dientes
devoran infinitos inocentes?-
Señor, eran conejos y perdices,
y yo no hacía más, a fe de gato,
que lo que ustedes hacen en el plato.- 30
Ea, pícaro, muere;
que tu mala razón no satisface.» [130]
Con que sea la cosa que se fuere,
¿La podrá usted hacer, si otro la hace? [131]
Fábula XIII
El pastor.
Salicio usaba tañer
la zampoña todo el año,
y por oírle el rebaño,
se olvidaba de pacer.
Mejor sería romper 5
la zampoña al tal Salicio;
porque si causa perjuicio,
en lugar de utilidad,
la mayor habilidad,
en vez de virtud, es vicio. 10 [132]
Fábula XIV
El tordo flautista.
Era un gusto el oír, era un encanto,
a un tordo gran flautista; pero tanto,
que en la gaita gallega,
o la pasión me ciega,
o a Misón le llevaba mil ventajas. 5
Cuando todas las aves se hacen rajas
saludando a la aurora,
y la turba confusa charladora
la canta sin compás y con destreza
todo cuanto la viene a la cabeza, 10
el flautista empezó: Cesó el concierto
los pájaros con tanto pico abierto
oyeron en un tono soberano
las folías, la gaita y el villano. [133]
Al escuchar las aves tales cosas, 15
quedaron admiradas y envidiosas.
Los jilgueros, preciados de cantores,
los vanos ruiseñores,
unos y otros corridos,
callan, entre las hojas escondidos. 20
Ufano el tordo grita: «Camaradas,
ni saben ni sabrán estas tonadas
los pájaros ociosos,
sino los retirados estudiosos.
»Sabed que con un hábil zapatero 25
estudié un año entero:
Él dale que le das a sus zapatos,
y alternando, silbábamos a ratos.
En fin, viéndome diestro,
vuela al campo, me dice mi maestro, 30
y harás ver a las aves de mi parte
lo que gana el ingenio con el arte. [134]
Fábula XIV
El raposo y el lobo.
Un triste raposo
por medio del llano
marchaba sin piernas,
cual otro soldado,
que perdió las suyas 5
allá en Campo Santo.
Un lobo le dijo:
«Hola, buen hermano,
diga ¿en qué refriega
quedó tan lisiado?- 10
¡Ay de mí!, responde;
un maldito rastro
me llevó a una trampa,
donde por milagro, [135]
dejando una pierna, 15
salí con trabajo.
Después de algún tiempo
iba yo cazando,
y en la trampa misma
dejé pierna y rabo.» 20
El lobo le dice:
«Creíble es el caso.
Yo estoy tuerto, cojo
y desorejado
por ciertos mastines, 25
guardas de un rebaño.
Soy de estas montañas
el lobo decano;
y como conozco
las mañas de entrambos, 30
temo que acabemos,
no digo enmendados, [136]
sino tú en la trampa,
y yo en el rebaño.»
¡Que el ciego apetito 35
pueda arrastrar tanto!
A los brutos pase,
¡pero a los humanos!... [137]
Fábula XVI
El ciudadano pastor.
Cierto joven leía
en versos excelentes
las dulces pastorales
con el mayor deleite.
Tenía la cabeza 5
llena de prados, fuentes,
pastores y zagalas,
zampoñas y rabeles.
Al fin, cierta mañana
prorrumpe de esta suerte: 10
«¡Yo he de estar prisionero,
cercado de paredes,
esclavo de los hombres,
y sujeto a las leyes, [138]
pudiendo entre pastores 15
grata y sencillamente
disfrutar desde ahora
la libertad campestre!
De la ciudad al bosque
me marcho para siempre. 20
Allí Naturaleza
me brinda con sus bienes,
los árboles y ríos
con frutas y con peces,
los ganados y abejas 25
con la miel y la leche;
hasta las duras rocas
habitación me ofrecen
en grutas coronadas
de pámpanos silvestres. 30
Desde tan bella estancia,
¿cuántas y cuántas veces, [139]
al son de dulces flautas,
y sonoros rabeles,
oiré los pastores 35
que discretos contienden,
publicando en sus versos
amores inocentes?
Como que ya diviso
entre el ramaje verde 40
a la pastora Nise,
que al lado de una fuente,
sentada al pie de un olmo,
una guirnalda teje.
¿Si será para Mopso?...» 45
Tanto el joven enciende
su loca fantasía,
que ya en fin se resuelve,
y en zagal disfrazado,
en los bosques se mete. 50 [140]
A un rabadán encuentra,
y le pregunta alegre:
«Dime, ¿es de Melibeo
ese ganado? -Miente,
que es mío; y sobre todo, 55
sea de quien se fuere.»
No respondió el buen hombre
muy poéticamente.
El joven, temeroso
de que tal vez le diese 60
con el fiero garrote
que por cayado tiene,
sin chistar más palabra
huyó bonitamente.
Marchaba pensativo, 65
cuando quiso la suerte
que cogiendo bellotas
a la pastora viese. [141]
«¡Oh Nise fementida!,
exclama; ¡cuántas veces, 70
siendo niña, querías
que yo te recogiese
la fruta con rocío
de mis manzanos verdes!»
Diciendo así, se acerca, 75
la moza se revuelve,
y dándole un bufido,
en las breñas se mete.
Sorprendido el mancebo,
dice: «¿Qué me sucede? 80
¿Son estos los pastores
discretos, inocentes,
que pintan los poetas
tan delicadamente?
A nuevos desengaños 85
ya no quiero exponerme.» [142]
Rendido, caviloso,
a la ciudad se vuelve.
Yo siento a par del alma
que no se detuviese 90
a disfrutar un poco
de la vida campestre.
Por mi fe, que las migas,
el pastoril albergue,
el rigor del verano, 95
los hielos y las nieves
le hubieran persuadido
mucho más vivamente.
Que es un solemne loco
todo aquel que creyere 100
hallar en la experiencia
cuanto el hombre nos pinta por deleite. [143]
Fábula XVII
El ladrón.
Por catar una colmena
cierto goloso ladrón,
del venenoso aguijón
tuvo que sufrir la pena.
«La miel, dice, está muy buena:
es un bocado exquisito;
por el aguijón maldito
no volveré al colmenar.»
¡Lo que tiene el encontrar
la pena tras el delito! [144]
Fábula XVIII
El joven filósofo y sus compañeros.
Un joven educado
con el mayor cuidado
por un viejo filósofo profundo,
salió por fin a visitar el mundo.
Concurrió cierto día, 5
entre civil y alegre compañía,
a una mesa abundante y primorosa.
«¡Espectáculo horrendo! ¡Fiera cosa!
¡La mesa de cadáveres cubierta
a la vista del hombre!... ¡Y éste acierta 10
a comer los despojos de la muerte!»
El joven declamaba de esta suerte.
Al son de filosóficas razones, [145]
devorando perdices y pichones,
le responden algunos concurrentes: 15
Si usted ha de vivir entre las gentes,
deberá hacerse a todo.»
Con un gracioso modo,
alabando el bocado de exquisito,
le presentan un gordo pajarito. 20
«Cuanto usted ha exclamado será cierto;
mas, en fin, le decían, ya está muerto.
Pruébelo por su vida... Considere
que otro le comerá, si no le quiere.»
La ocasión, las palabras, el ejemplo, 25
y según yo contemplo,
yo no sé qué olorcillo
que exhalaba el caliente pajarillo,
al joven persuadieron de manera,
que al fin se le comió. «¡Quién lo dijera! 30
¡Haber yo devorado un inocente!» [146]
Así exclamaba, pero fríamente.
Lo cierto es, que llevado de aquel cebo,
con más facilidad cayó de nuevo.
La ocasión se repite 35
de uno en otro convite,
y de una codorniz a una becada,
llegó el joven al fin de la jornada,
olvidando sus máximas primeras,
a ser devorador como las fieras. 40
De esta suerte los vicios se insinúan,
crecen, se perpetúan
dentro del corazón de los humanos,
hasta ser sus señores y tiranos.
Pues ¿qué remedio?... Incautos jovencitos, 45
cuenta con los primeros pajaritos. [147]
Fábula XIX
El elefante, el toro, el asno y los demás animales.
Los mansos y los fieros animales,
a que se remediasen ciertos males
desde los bosques llegan,
y en la rasa campaña se congregan.
Desde la más pelada y alta roca 5
un asno trompetero los convoca.
El concurso ya junto,
instruido también en el asunto
(Pues a todos por Júpiter previno
con cédula ante diem el pollino), 10
Imponiendo silencio el elefante,
así dijo: «Señores, es constante
en todo el vasto mundo, [148]
que yo soy en lo fuerte sin segundo:
los árboles arranco con la mano (1),
15
venzo al león, y es llano
que un golpe de mi cuerpo en la muralla
abre sin duda brecha. A la batalla
llevo todo un castillo guarnecido;
en la paz y en la guerra soy tenido 20
por un bruto invencible,
no solo por mi fuerza irresistible,
por mi gordo coleto y grave masa,
que hace temblar la tierra donde pasa.
»Mas, señores, con todo lo que cuento, 25
solo de vegetales me alimento,
y como a nadie daño, soy querido,
mucho más respetado que temido.
Aprended, pues, de mí, crueles fieras, [149]
las que hacéis profesión de carniceras, 30
y no hagáis por comer atroces muertes,
puesto que no seréis, ni menos fuertes,
ni menos respetadas,
sino muy estimadas
de grandes y pequeños animales, 35
viviendo, como yo, de vegetales.-
Gran pensamiento, dicen, gran discurso;
y nadie se le opone del concurso.
Habló después un toro de Jarama:
Escarba el polvo, cabecea, brama. 40
«Vengan, dice, los lobos y los osos,
si son tan poderosos,
y en el circo verán con que donaire
les haré que volteen en el aire.
¡Que!, ¿son menos gallardos y valientes 45
mis cuernos que sus garras y sus dientes?
Pues ¿por qué los villanos carniceros [150]
han de comer mis vacas y terneros?
Y si no se contentan
con las hojas y hierbas, que alimentan 50
en los bosques y prados
a los más generosos y esforzados,
que muerdan de mis cuernos al instante,
o si no, de la trompa al elefante.»
La asamblea aprobó cuanto decía 55
el toro con razón y valentía,
Seguíase a los dos en el asiento,
por falta de buen orden, el jumento,
y con rubor expuso sus razones.
«Los milanos, prorrumpe, y los halcones 60
(no ofendo a los presentes, ni quisiera),
sin esperar tampoco a que me muera,
hallan para sus uñas y su pico
estuche entre los lomos del borrico.
Ellos querrán ahora como bobos, 65 [151]
comer la hierba a los señores lobos.
Nada menos: aprendan los malditos
de las chochaperdices o chorlitos,
que, sin hacer a los jumentos guerra,
envainan sus picotes en la tierra; 70
y viva todo el mundo santamente,
sin picar ni morder en lo viviente.-
Necedad, disparate, impertinencia,
gritaba aquí y allí la concurrencia.-
Haya silencio, claman, haya modo.» 75
Alborótase todo:
Crece la confusión, la grita crece;
Por más que el elefante se enfurece,
se deshizo en desorden la asamblea.
Adiós, gran pensamiento: adiós, idea. 80
Señores animales, yo pregunto:
¿Habló el asno tan mal en el asunto? [152]
¿Discurrieron tal vez con más acierto
el elefante y toro? No por cierto.
Pues ¿por qué solamente al buen pollino 85
le gritan disparate, desatino?
Porque nadie en razones se paraba,
sino en la calidad de quien hablaba.
Pues, amigo elefante, no te asombres.
Por la misma razón entre los hombres 90
se desprecia una idea ventajosa.
¡Qué preocupación tan peligrosa!
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